EUGENIO CAMACHO
Cada curso de Comunicación Eficaz es distinto y cada cliente es especial. Desde hace siete años tengo la suerte de conocer a personas estupendas a las que el destino ha puesto en mi camino para que pueda entregarles unas herramientas tan valiosas, y a la vez poder recibir de ellas su amistad y complicidad.
En todo este tiempo he tenido oportunidad de impartir cursos en lugares de todo tipo y a personas de toda clase, condición y ocupación. Sin embargo, el encargo que recibí hace diez días no entraba en mis planes, aunque tengo que reconocer que me hizo mucha ilusión.
A través de un mensaje en el correo electrónico (contacto@eugeniocamacho.es) se puso en contacto conmigo Cristina, una colaboradora de las Hermanas de Belén del Monasterio de la Cartuja que sabía de los cursos de Comunicación que imparto. Me comentó que las hermanas iban a recibir la visita de una monja de Portugal para perfeccionar el canto, pero que había algunas que se veían superadas por el miedo escénico y no sabían cómo combatirlo. Automáticamente acepté y días después recibí la llamada de la madre superiora para fijar día y hora.
Quedamos este miércoles a las dos y media. Debido al tráfico en el centro me he retrasado unos minutos, y en la fachada primera están esperándome la madre superiora, la monja portuguesa y otra hermana joven. No es la primera vez que hablamos ni la primera vez que visito la Cartuja, que conozco desde tiempos de los Cartujos. Sin embargo, no deja de llamarme la atención su hospitalidad, su sonrisa y la alegría desbordante que irradian quienes tienen claro cuál es su sitio en este mundo.
Intercambiamos información y me dan algunos apuntes sobre el propósito de la invitación. La responsabilidad es casi tan grande como la motivación de atender a tan singular público.
Está toda la comunidad esperando en la capilla a la que se accede desde la iglesia por el claustro pequeño. El sol de finales de septiembre se deja notar en el patio. A lo lejos, en medio de la quietud, escucho unos cánticos y la presencia de las religiosas que esperan de pie mi llegada y me han preparado una silla en la cabecera del círculo, justo dando la espalda a un retablo. Estoy abrumado por el recibimiento, la verdad. Me introduce Lucille, la madre superiora. Es breve, concisa y concreta en su presentación. Decido entrar a saco: “¿Pueden decirme qué miedo pueden tener cantando como acaban de cantar?”. Hay risas entre las más jóvenes, que son mayoría, pero también entre las mayores, a las que tampoco se les cae la sonrisa del rostro. La mayor parte son españolas, por lo que automáticamente nos une la falta de formación de Oratoria en la escuela y en la universidad. En efecto, estamos entre la dramática estadística de tres de cada cuatro españoles que padecen miedo escénico.
Y efectivamente ante la pregunta de qué les causa ese miedo escénico no hay una respuesta de peso (no suele haberla): perder el hilo del cántico, no estar a la altura y poco más. Argumentos que no justifican las sensaciones fisiológicas de todo tipo que experimentamos cuando tenemos que hablar o cantar en público.
Pero lo que me ha impresionado más son las ganas de aprender y de saber, que han quedado patentes en dos horas largas de preguntas y cuestiones sobre este y otros aspectos de la comunicación.
Me hubiera encantado quedarme a las maitines, pero tenía otros compromisos que atender. Ha sido un verdadero placer vivir esta experiencia, que espero repetir, y compartir con esta comunidad de religiosas el relato pascual referente a los discípulos que se dirigen a Emaús y que se preguntan tras escuchar a Cristo Resucitado: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”.